PROYECTO
DIÓGENES
¿Qué lugar ocupa la basura en la organización social? Rescatar entre los restos de yerba o cáscaras de huevo aquello que puede ser reutilizado es una actividad centenaria que constituyó un modo de ganarse la vida vigente desde el proyecto civilizatorio de nuestra ciudad. A fines de siglo XIX, con el propósito de alejar los residuos del centro porteño urbanizado, se destinaron varias manzanas, ubicadas en el actual barrio de Parque Patricios, para depositar montañas de basura sentenciadas a la quema a cielo abierto. Junto con los desechos se trasladaron quienes vivían de su recolección y así se formó, en terrenos alejados, inundables y de escaso valor económico, el primer asentamiento urbano.
Casi un siglo más tarde, el intendente de la dictadura, Osvaldo Cacciatore, en 1977, sacó una ordenanza municipal que propone “desterrar el problema social del cirujeo, natural consecuencia de los basurales a cielo abierto” y decidió crear el CEAMSE (Cinturón Ecológico Área Metropolitana Sociedad del Estado). La quema de residuos que en 1900 se hacía en el Barrio Las Ranas de Parque Patricios y los rellenos sanitarios instalados a fines de los 70´ en Quilmes y Avellaneda, persiguieron el mismo objetivo: la expulsión y ocultamiento de la basura. Con un doble rédito ya que con la basura se van los pobres que viven de ella. De ese modo se propiciaba la valorización económica y simbólica de la ciudad en detrimento de aquellas zonas destinadas a acumular, en partes iguales, basura y pobreza. Es Cacciatore quien también prometía “erradicar las villas” como si fueran la peste misma en la ciudad.
A pesar de los años la concepción moral que estigmatizaba a los cirujas de antaño, considerándolos un elemento peligroso para la sociedad que había que desterrar, persiste y se actualiza no sólo en la preocupación que, en algunos sectores de la sociedad, despierta la presencia de los cartonerxs, sino también en las respuestas de lxs dirigentes. Basta con recordar las declaraciones del jefe de gobierno, Rodríguez Larreta, el año pasado (junio de 2018), cuando en sus habituales reuniones con vecinxs de la ciudad le respondió a una señora “La única manera de que no haya gente, en este caso llamados cartoneros, que abren bolsas en la calle es que no haya cartón”.

Desterrar basura, erradicar pobres.
© Proyecto Diógenes
Buenos Aires (Argentina)
De cómo cartonear se transforma en un trabajo.
El saldo de las políticas neoliberales, que se inicia con la última dictadura y se profundiza durante la década del ´90, cambia por completo el escenario del mundo del trabajo. El desmembramiento del tejido social se traduce en miles de cartoneros y cartoneras copando la capital y llevándose puesto, con eso que Roberto Artl llamaba prepotencia de trabajo, los pruritos y prejuicios de los vecinos porteños. Cuando estalla el 2001, vivir de lo que otros tiran dejó de ser una iniciativa individual o de anclaje familiar y devino en una estrategia colectiva para miles de hombre y mujeres sin acceso a un trabajo formal o digno. Pero ¿qué consideramos trabajo? ¿cómo fue que el devenir de ciruja a cartonerx implicó dejar de ser un vago para convertirse en un trabajador? Durante las décadas del 70´, 80´y 90´ las expectativas de acceder a un trabajo formal se fueron debilitando progresivamente y la concepción de trabajo digno se flexibilizó de manera drástica. El anhelo de la movilidad social, por medio del trabajo asalariado, es una fantasía que hoy solo persiste (con suerte) en ciertos sectores de la pequeña burguesía. En el horizonte de los sectores populares donde lo que hay mayormente son rebusques, changas, pequeños comercios o, a lo sumo, una relación de dependencia siempre hostil en todos los sentidos (no sólo de bolsillo), lo que se intenta es resolver la manutención del día a día. En este contexto hay quienes optan por salir con la carreta en lugar de tomar otros trabajos igual (o peor) pagos que, además de explotación, suponen el sometimiento a la voluntad de un patrón. En el caso de las mujeres las implicancias son aún mayores, ya que salir al espacio público y convertirse en jefas de familia les concede una valoración que, en el ámbito del trabajo doméstico no remunerado, resultaba invisible y carente de valor, incluso para ellas mismas. Salir del barrio hacia la capital es, para muchas mujeres cartoneras, ganar independencia y autonomía.

Pero, además de la coyuntura propia del mercado laboral, existe otro elemento que tracciona fuertemente para que la tarea de los recuperadores sea concebida como un trabajo: los discursos sobre el medio ambiente. Los cartoneros funcionan como un paliativo necesario, aunque insuficiente, para un sistema económico basado en el ciclo de producción-consumo-desechos. Esto lo saben las empresas que acceden, a muy bajo costo, a los desechos recuperados que constituyen su materia prima (vidrio, plástico, cartón, aluminio) y lo sabe el Estado que despliega sus estrategias para lograr invisibilizar o expulsar la basura flexibilizando el trabajo de los recuperadores. Pero también lo saben los cartoneros y cartoneras para quienes el cuidado del medio ambiente forma parte de un repertorio retórico que les permite defender su rol en pos de una utilidad social que resulta insoslayable dentro de la esfera pública.
Tren blanco
El Tren Blanco, que surge originalmente en el ramal Retiro/Suárez del ferrocarril Mitre y se extiende a otros ferrocarriles, marca el inicio de la organización colectiva de los cartoneros. La necesidad de defender su herramienta de trabajo funda un proceso de identificación entre ellos, inaugura un nosotrxs que crece y se expande en base a conquistas y reivindicaciones.
El servicio exclusivo del tren para los cartonerxs se obtuvo gracias a la acción organizada de las mujeres. Fueron dos delegadas (ex manzaneras) quienes, a fines de los 90´, negocian con TBA y se ocupan de garantizar, al igual que en el hogar, las tareas de cuidado del tren (que no rompan, que no peleen, que respeten el orden para subir y bajar del tren). El traslado en ferrocarril ampliaba las posibilidades para el desarrollo de la actividad y favorecía la consolidación de una identidad que se articuló en torno a tres espacios (re)significados bajo la experiencia cartonera: el barrio, el tren, la calle. En tanto que el Tren Blanco o Cartonero permitía establecer horarios de trabajo, cargar electrodomésticos y toda una serie de objetos de gran tamaño que eran un “extra” que se sumaba a los residuos recolectados para vender por peso. Y, a la vez, que garantizaba un acceso y un traslado más seguro para quienes no estaban en condiciones de viajar colgados de un camión. Pero además constituía un lugar de encuentro, un espacio social de pertenencia. Por eso la sustitución del tren por los camiones, dispuesta en el año 2008, implica la pérdida de una herramienta de trabajo esencial pero también una fractura dentro del movimiento.
El surgimiento del Tren Blanco es contemporáneo a la Ley 992, conocida como “ley de cartoneros”, promulgada en el año 2003, después de un año de debates parlamentarios. La ley, deja sin efecto la ordenanza municipal de Cacciatore, que prohibía la actividad, ya que a esa altura resultaba inviable por el crecimiento exponencial de la actividad. Los recuperadores de basura pasan a ser considerados sujetos de derecho, se legitima social y ambientalmente la actividad y se otorgan algunas garantías que, aun cuando no son equiparables a las de un trabajador formal, les permite a los cartoneros ingresar a la esfera económica, política y simbólica de los trabajadores y posicionarse para luchar dentro de ella.
La organización necesaria para llevar adelante las negociaciones con TBA y el cambio en la legislación sentaron las bases para que los trabajadores cartoneros, con el apoyo de las asambleas populares, comenzaran a nuclearse en cooperativas de trabajo con el propósito de proteger sus derechos y aspirar a cierto grado de formalidad dentro de la actividad.
La dignidad nos la ganamos nosotros tirando del carro, concheta resentida.
En mayo de 2018, se sancionó en la Legislatura porteña la reforma de Ley de Basura Cero, que establece volver al método de la incineración de residuos. En medio de la sesión la legisladora del PRO Mercedes De las Casas afirmó “Nuestra ley es un orgullo para América latina y ustedes, los cartoneros, han conseguido tener dignidad gracias a nosotros”. A lo que la dirigente del MTE-CTEP, Jaquelina Flores, le respondió “¡La dignidad la ganamos nosotros arrastrando el carro y convirtiendo la basura en trabajo, concheta resentida!”
¿Cómo se mide la dignidad de un cartonero o cartonera? ¿Por la cantidad de basura que carga cada trabajador, 100, 200 hasta 300 kilos? ¿Por la cantidad de cuadras que camina que son entre 40 y 100? ¿Por las 10 ó 12 horas que dedica por día a la tarea? ¿Por la cantidad de trabajadores que realizan la actividad, cerca de 11 mil? ¿Por recuperar 4 mil toneladas diarias de materiales reciclables a nivel nacional? ¿Por el nivel de organización de las cooperativas? ¿Por la capacidad de nuclearse dentro de un movimiento (MTE) y conformar una central trabajadora (CTEP)? ¿Por la creación de guarderías? ¿Por tener bachillerato popular propio? ¿Por el programa de Promotoras Ambientales? ¿Por el rescate de los pibes del barrio? ¿Por la respuesta espontánea de Jackelina Flores? ¿O por el silencio estupefacto de la legisladora De las Casas?
Las reivindicaciones y conquistas de este movimiento, desde el tren blanco, hasta la lucidez y el orgullo con el que Flores le pone los puntos a la legisladora porteña se fundan en la construcción de una identidad ganada en una larga historia de luchas, con avances y retrocesos. No una estable ni unívoca sino una identidad heterogénea, compleja y variable: cartonerx.